Evandro

Evandro fue el anciano rey de los árcades, hijo de Mercurio o Hermes y de la ninfa Telpusa, hija de Ladón, que en Roma recibía el nombre de Carmenta. Fue un fiel aliado de Eneas junto a quien perdió la vida su hijo Palante. Se radicó en Italia a pedido de su madre. Debió luchar en el Lacio contra Erilo, quien se oponía a que se estableciera allí.

El rey Fauno trabó amistad con él y le obsequió el monte que luego sería conocido como Palatino. Evandro enseñó a los itálicos a leer y a escribir —el alfabeto— y las técnicas de cultivo utilizadas en Grecia. Consagró un templo al dios Pan o Fauno, venerado por aquellos habitantes de Arcadia, e instituyó los Lupercales, fiestas en honor a este dios.

Durante su reinado Hércules mató al ladrón Caco, en algunas versiones esclavo de Evandro, en otras, como la que sigue Virgilio, un monstruo que asolaba a los arcadios. En memoria del héroe, Evandro erigió el Altar Magno o Ara Maxima entre el Palatino y el Aventino.

Su pobre y orgullosa nación acogió a Eneas y estableció con los treucos una alianza en contra del rey Latino y Turno.

Evando en La Eneida

El dios Tíber aconseja a Eneas aliarse con Evandro

«Lo que te vaticino es seguro; ahora te diré en pocas palabras por qué medios alcanzarás la victoria, que es lo que más importa: escucha. Los Árcades, descendientes de Palante, que siguiendo las banderas de su rey Evandro vinieron a estas playas, fijaron aquí su asiento edificaron en los montes una ciudad a la que pusieron por nombre Palantea, del de su progenitor Palante. Estos están en continua y porfiada guerra con la nación latina; ajusta, pues, con ellos estrecha alianza y asegúrate el auxilio de sus armas; yo mismo te conduciré por mis orillas y por mis aguas propias, de suerte que puedas con tus remos navegar contra la corriente».
Fragmento del Libro VIII de La Eneida, Virgilio.

Evandro acepta la alianza refiriendo su admiración por el padre del héroe

«Mientras esto decía Eneas, contemplaba Evandro con viva atención sus ojos, su rostro, todo su cuerpo; en seguida le responde estas breves palabras: “¡Con cuánto placer, oh el más fuerte de los Teucros, te recibo y te reconozco! ¡Cómo me recuerdas el acento, la expresión, el semblante de tu padre, el grande Anquises! Me acuerdo de que habiendo ido Príamo, hijo de Laomedonte, a visitar el reino de su hermana Hesione, arribó a Salamina y fue de paso a recorrer los helados confines de nuestra Arcadia. Vestía entonces mis mejillas el primer bozo de la juventud, causábame admiración los caudillos teucros, causábamela el hijo de Laomedonte; pero Anquises descollaba por encima de todos ellos; ardía mi mente en juvenil afán de hablar con el héroe y de enlazar mi diestra con la suya. Lleguéme a él y le conduje solícito a las murallas de Feneo; luego, al separarnos me dio una soberbia aljaba llena de saetas licias y una clámide recamada en oro, a más de dos áureos frenos, que ahora posee mi hijo Palante. Así, pues doy gustoso la mano a la alianza que me proponéis, y mañana, apenas el primer albor del día vuelva a iluminar la tierra, os despacharé bien provistos de socorros hasta donde alcancen mis riquezas. Entre tanto, pues venís como amigos, celebrad gozosos con nosotros este sacrificio anual, que no me es lícito demorar, y acostumbraos desde ahora mismo a las mesas de vuestros aliados”».
Fragmento del Libro VIII de La Eneida, Virgilio.

Evandro enseña a Eneas la historia y cultura del Lacio

«Entonces el rey Evandro, fundador del alcázar romano, le dijo: “Faunos y ninfas indígenas habitaban antiguamente en estos bosques, poblados por una raza de hombres nacidos de los duros troncos de los robles, sin costumbres ni cultura alguna; ni sabían uncir toros al yugo, ni allegar hacienda, ni guardar lo adquirido; los frutos de los árboles y la caza les daban un desabrido sustento. Saturno el primero vino del etéreo Olimpo a estas regiones huyendo de las armas de Júpiter, destronado y proscrito; él empezó a civilizar a aquella raza indómita que vivía errante por los altos montes, y les dio leyes, y puso el nombre de Lacio a estas playas, en memoria de haber hallado en ellas un sitio seguro donde ocultarse. Es fama que en los años que reinó Saturno fue la edad de oro: ¡De tal manera regia sus pueblos en plácida paz! hasta que poco a poco llegó una edad inferior y descolorida, a que siguieron el furor de la guerra y el ansia de poseer. Entonces vinieron huestes ausonias y tribus sicanas, y muchas veces cambió de nombre esta tierra de Saturno; entonces también la dominaron reyes, y entre ellos el fiero Tíber, terrible gigante, por quien, andando el tiempo, los Ítalos denominaron Tíber a nuestro río; así el antiguo Álbula perdió su verdadero nombre. Arrojado de mi patria y avezado a todos los trabajos del mar, la omnipotente fortuna y el inevitable hado me trajeron a estos sitios, a los que me impelían los tremendos mandatos de mi madre la ninfa Carmenta y los oráculos del dios Apolo.” Dicho esto, prosigue su camino y enseña a Eneas el ara y la puerta que los Romanos denominan Carmental; antiguo monumento, levantado en honor de la ninfa Carmenta, fatídica profetisa que la primera vaticinó la futura grandeza de los hijos de Eneas y las glorias del monte Palatino».
Fragmento del Libro VIII de La Eneida, Virgilio.

Retrato de Evandro proporcionado por la Eneida

«Levántase el anciano, vístese una túnica y calza sus pies con la sandalia tirrena; en seguida se ciñe al costado, suspendiéndola de los hombros, la espada de los Tegeos y revuelve a su brazo izquierdo una piel de pantera. Con él salen del alto zaguán dos perros, sus vigilantes guardas, que acompañan los pasos de su amo, el cual se encamina a la repuesta morada de su huésped Eneas, recordando sus palabras de la víspera y los socorros prometidos. No menos madrugador Eneas, iba ya, acompañado de Acates, al encuentro de Evandro, a quien acompañaba su hijo Palante».
Fragmento del Libro VIII de La Eneida, Virgilio.

Lamento de Evandro por la muerte de su hijo Palante a manos de Turno:

«No hay fuerzas entonces que basten a sujetar a Evandro, el cual, metiéndose por medio de la multitud, se precipita sobre el féretro de Palante, ya puesto en tierra, y abrazándose a él con lágrimas y gemidos, exclama así, apenas el dolor abre por fin camino a la voz: “¡No era esto, oh Palante, lo que prometías a tu padre, cuando protestabas que serías cauto en confiar tu vida al crudo Marte! No se me ocultaba a mí cuánto seduce el ansia de la primera gloria, cuánto es dulce el triunfo en un primer combate. ¡Oh miserables primicias de tu juvenil ardor! ¡Oh duro, aprendizaje de una vecina guerra! ¡Oh votos y oh ruegos míos, desoídos por los dioses! ¡Oh virtuosísima esposa mía, feliz tú, que con tu muerte, no estás reservada a este acerbo dolor, y a diferencia de mi, triste padre, que, contra orden natural de los hados, sobrevivo a mi hijo! ¡Si yo hubiera seguido las armas de mis aliados los Troyanos, abríanme los Rútulos abrumado con sus dardos, yo solo habría entregado el alma, y esa pompa funeral me traería a mí, no a Palante, a mi palacio! Mas no os acuso ¡Oh Teucros! ni me pesa haber hecho alianza con vosotros, ni de haberos dado la mano en prenda de hospitalidad; esta suerte era debida a mis cansados años, pues ya que tan prematura muerte aguardaba a mi hijo, dichoso fue al menos en morir habiendo antes dado muerte a millares de Volscos y conducido a los Teucros al Lacio. Yo mismo ¡Oh Palante! no te hubiera honrado con más digno funeral que el que te aparejan el pío Eneas y los animosos Frigios, y los capitanes tirrenos y todo su ejército, trayendo esos grandes trofeos de los que inmoló tu diestra. ¡Oh Turno! estarías ahora aquí, bajo la figura de un gran tronco vestido de tus armas, si Palante te hubiera igualado en edad y fuerzas. Mas, ¿para qué ¡infeliz! detengo a los Teucros lejos del campo de batalla? Id, y acordaos bien de decir a vuestro Rey, en mi nombre, estas palabras: “Si muerto Palante, conservo aún esta odiosa vida, es porque espero en tu diestra; ya ves que debes al padre y al hijo la sangre de Turno: este solo medio os queda a ti y a la fortuna para darme algún consuelo. No anhelo, ni sería justo, las alegrías de la vida; mas quiero llevar esta al hijo mío a la profunda mansión de los manes”».
Fragmento del Libro XI de La Eneida, Virgilio.

¿Y tú qué tienes para decir acerca de Evandro?