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La educación ambiental no debería ser considerada de manera estrecha, solamente como una herramienta para la resolución de problemas ambientales y la “modificación de comportamientos cívicos”. Tal enfoque, instrumental y behaviorista, reduce su verdadera amplitud y complejidad. Por una parte, el medio ambiente no es solamente un conjunto de problemas por resolver sino que es también un medio de vida con respecto al cual uno puede desarrollar un sentido de pertenencia y concebir proyectos, por ejemplo, de valorización biocultural o de ecodesarrollo. Por otra parte, si la educación cívica (respecto a los derechos, deberes y responsabilidades civiles) tiene una validez particular a corto plazo en la regulación de los comportamientos sociales, no puede sustituir una educación ambiental integral, que tiene como objetivo el desarrollo óptimo de las personas y de los grupos sociales en su relación con el medio de vida. Más allá de los comportamientos inducidos (por la moral social o el reforzamiento), nuestro actuar debe corresponder a conductas deliberadas y éticamente fundamentadas. Finalmente, si nuestra relación con el mundo incluye una importante dimensión social de ciudadanía, asociada a valores de democracia y de solidaridad, más allá del civismo, ella supone fundamentalmente también, como lo señala Thomas Berryman (2003), las dimensiones personales, afectiva, simbólica, creativa y de identidad, entre otras. [P. 5-6]
Ambiental/Seminario 1/U1-Profundizacion/1 Sauvé.pdf
Sauvé, L. (2003). Perspectivas curriculares para la formación de formadores en educación ambiental. Memoria del Primer foro Nacional sobre la Incorporación de la Perspectiva Ambiental en la Formación Técnica y Profesional.
De aquí entonces, se puede plantear la hipótesis de que el ecodesarrollo fue una temprana idea en el naciente debate ambiental que, haciéndose cargo de la crisis ambiental, vino a contestar las tesis primermundistas que, absolutizando los límites físicos de la tierra, culpaban por la generación de la crisis ambiental, al crecimiento demográfico –sobre todo en el Tercer Mundo–, así como consideraban que la industrialización y el crecimiento económico –del cual ellos eran sus principales beneficiarios–, debía detenerse. Tesis que, en un mundo tan desigual en cuanto a riqueza, calidad de vida y oportunidades de desarrollo humano, causaron rechazo en el Tercer Mundo en general y en AML en particular.
Por lo tanto, el ecodesarrollo fue una forma de expresar una idea que era central para el Tercer Mundo, como era unir desarrollo y medio ambiente. En este sentido, fue recogido y trabajado por los profesionales y teóricos de AML, muchos de ellos expertos en temas del desarrollo, que participaban en el debate ambiental que había surgido en el seno de la sociedad internacional.
Ambiental/Seminario 4/U10-Profundizacion/10. Materiales de profundización.pdf
Estenssoro, F. (2015). El ecodesarrollo como concepto precursor del desarrollo sustentable y su influencia en América Latina. Universum (Talca), 30(1), 81-99.
(...) Contabilizamos de la misma manera los bienes obtenidos mediante la valorización de los recursos renovables y las disminuciones del acervo de capital de la naturaleza. Estas últimas son, además, difíciles de conceptualizar y, todavía más, de cuantificar. (...)
De todas maneras, la distinción sigue siendo válida en el plano conceptual y, de cualquier forma, es parte de la racionalidad campesina, fuertemente marcada por la coexistencia de numerosas generaciones y por la conciencia de que éstas pasan pero la heredad continúa {Galeski, p. 122). Si no, ¿cómo explicarse la solidaridad diacrónica con la posteridad, simbolizada por la plantación de árboles de crecimiento más lento que la vida de los hombres, y todo el esfuerzo realizado para hacer de la tierra algo humano, según la notable expresión de Michelet.
Ambiental/Seminario 4/U10-Profundizacion/12. Materiales de profundización.pdf
Sachs, I. (1980). Ecodesarrollo. Concepto, aplicación, implicaciones. Comercio Exterior, 30(7), 718-725.
¿Qué ofrece, entonces, el concepto de ecodesarrollo al planificador? En primer lugar, un criterio de racionalidad social diferente de la lógica del mercado, que se basa en los postulados éticos complementarios de la solidaridad sincrónica con la generación actual y de la solidaridad diacrónica con las generaciones futuras. El primer postulado remite a la problemática del acceso equitativo a los recursos y a la de su redistribución; el segundo obliga a extender el horizonte temporal más allá de los tiempos del economista y provoca, por tanto, una transformación de los instrumentos habitualmente utilizados para arbitrar entre el presente y el futuro.
(...)
Además, el ecodesarrollo es un instrumento heurístico que permite plantear un conjunto coherente de interrogantes sobre el ambiente, considerado como una fuente potencial de recursos que pueden y deben ponerse al servicio de la humanidad de manera permanente.
El concepto de ecodesarrollo surgió de una polémica doble: por un lado, contra los partidarios del crecimiento salvaje que, para corregir todos los males, predican una desenfrenada carrera hacia un tipo de desarrollo que ya ha mostrado todos sus inconvenientes; por otro, contra los zégistes, víctimas de la absolutización del criterio ecológico hasta el punto de perder la visión antropocéntrica del mundo, que es la de todas las filosofías humanistas. No olvidemos que el concepto de situación estacionaria, pese al mérito incontestable de plantear el problema de la autolimitación de las necesidades, no tendrla sentido alguno a menos que la sociedad fuese perfectamente igualitaria y, por añadidura, capaz de asegurar a todos sus miembros un razonable confort material.
Más que postular, en consecuencia, la detención del crecimiento, el ecodesarrollo invita a estudiar nuevas modalidades, tanto en lo referente a los fines como en lo que concierne a los instrumentos, con el compromiso de valorizar los aportes cultura les de las poblaciones que intervienen y el transformar en recursos útiles los elementos de su medio. Se trata, así, de una doble apertura del horizonte del planificador: hacia la antropología cultural y hacia la ecología.
Nadie duda que gracias a esta experiencia se da un cambio de valores que impele a los hombres a buscar una convivencia mejor y una mayor armonía con la naturaleza. Este aspecto de pedagogía social resulta esencial para comprender por qué va le la pena poner a prueba la idea del ecodesarollo, incluso en condiciones aparentemente adversas. En caso de resultados imperfectos y de escala limitada, esa experiencia representa una vía de auténtica búsqueda, sin la cual jamás se logrará el otro desarrollo. Si, por el contrario, se rechaza una propuesta bien elaborada de ecodesarrollo, en aras de un proyecto convencional inspirado en el crecimiento mimético, enseguida comenzará a funcionar, en el plano ideológico, como una contrapropuesta.
La ecología interviene en dos niveles en la concepción de los sistemas productivos creados por el hombre. Por un lado, deben respetarse las leyes y los grandes ciclos de la naturaleza, lo que impone límites a la creatividad humana y al optimismo tecnológico. Si en el debate entre los "deterministas" geográficos y los "posibilistas" culturales es preciso dar la razón a éstos (véanse Febvre, Gourou y Rapoport}, ello es a condición de no interpretarlo en términos demasiado voluntaristas. Los proyectos muy osados de intervención, tales como los de desviar los ríos siberianos (Adabac hev, pp. 440-496} pueden tener, nueva apuesta de Fausto, consecuencias tan graves como las que tendría acudir aceleradamente a la energía nuclear. La conciencia ecológica que se ha logrado en el curso del último decenio aporta nuevas y buenas razones en favor del postulado del dominio social sobre la ciencia y la técnica.
Por otro lado, la observación de los ecosistemas naturales ofrece un excelente paradigma para los conceb idos por el hombre. Ella nos lleva a buscar las complementariedades y ligar los ciclos de suerte que se minimicen los efectos negativos para el ambiente. En suma, a poner en funcionamiento sistemas verdaderos, mientras que la tendencia a la especialización a ultranza conduce a una yuxtaposición de monocultivos y de monoproducciones, junto con una generación excesiva de desechos y de perjuicios.
Cuando se trata de la microrregión, de la región o del país, la misma empresa intelectual inspira una planificación en la que el ambiente —en vez de ser un sector más— es un a dimensión horizontal del desarrollo, al lado de sus dimensiones culturales, sociales y económicas. Así, la planificación se transforma en un ejercicio de armonización de los objetivos culturales, sociales, económicos y ecológicos, en el cual las variables principales están a la vez en dos planos: el de la demanda, condicionado en última instancia por los estilos de vida, los modelos culturales de las distintas etapas sociales y las estructuras del consumo; y el de la oferta, en el que intervienen las funciones de producción, es decir, las combinaciones de recursos, de energía y de formas de utilización del espacio, vinculadas entre sí por las técnicas seleccionadas, todo ello en relación con el contexto institucional (Godard y Sachs, Godard, y Sachs, e).
En todas las épocas, las sociedades campesinas que tuvieron éxito se dedicaron a buscar una simbiosis duradera entre el hombre y la tierra. (...)
Esa simbiosis supone un manejo del suelo, del agua y del bosque diametralmente opuesto a las actividades predatorias que acompañan cada vez más al aprovechamiento de los recursos impuesto por la sola búsqueda de la rentabilidad mercantil inmediata, en la economía capitalista, o de la maximización de la tasa de crecimiento del PNB, en la economía socialista. La racionalidad estrechamente productivista obliga a las empresas a aprovechar el beneficio y a echar sobre otros, siempre que sea posible, la carga de costos sociales y ecológicos de la producción, como se demuestra en la obra precursora de Kapp. Una parte de dichos costos se traduce en desigualdades sincrónicas; otra, hipoteca los recursos y la calidad del medio de los que dispondrán las generaciones futuras o, cuando menos, condena a éstas a enfrentarse a costos fuertemente crecientes de explotación de los recursos. y de protección del ambiente.
Numerosas razones apoyan este cambio de perspectiva, que hace del ámbito local el punto de partida y no el de llegada lejana del desarollo (véase FIPAD). Enseguida las enumeraremos con brevedad. En primer lugar conviene mencionar los fracasos, por desgracia numerosos, de la planificación central, incapaz de tener en cuenta la diversidad y la riqueza de las situaciones locales concretas, con lo que en la práctica se llega al sometimiento de la sociedad civil frente al Estado, a las fuerzas organizadas de la economía y al monopolio radical de las profesiones mutiladoras (Illich). Por el contrario se trata de ayudar a que la sociedad civil se convierta en el tercer sistema del poder, a que tome conciencia de su papel para hacerse una entidad para sí, a que comience a hablar con voz propia, a imponer sus opciones plurales. En suma, se trata de reequilibrar en su favor la relación de fuerzas con el Estado y las instituciones que dominan la vida económica, sea privada o pública.
Y aquí se impone una comprobación banal y al mismo tiempo esencial: el desarrollo sólo se manifiesta en donde están y viven las personas, es decir, en las localidades. En otros términos, debe traducirse en el mejoramiento de las condiciones materiales e inmateriales de la vida de los habitantes, creando oportunidades para que se realicen, o terminará en un fracaso. Si esto último ocurre, se tratará de crecimiento, modernización, desarrollo inconveniente, no de desarrollo.
El ecodesarrollo no puede tener éxito sin la iniciativa, el compromiso y la imaginación populares que se necesitan para distinguir bien los objetivos sociales y poner de relieve las soluciones específicas susceptibles de llevarse a la práctica, todo lo cual nos remite, una vez más, al ámbito local. Por tanto, con base en la localidad se despliega ese doble proceso de aprendizaje social y de liberación que constituye el desarrollo; en él, los escalones superiores, nacionales e internacionales, funcionan a veces como un obstáculo; a veces, lo que es más raro, como un estímulo del desarrollo lugareño.
En lugar de ensayar soluciones buenas para todo, desesperantemente uniformadoras, inspiradas en el mimetismo cultural, en una visión lineal y empobrecedora del desarrollo y en la búsqueda de modelos del pasado de otros pueblos, mientras que la historia sólo aporta antimodelos que deben superarse, el planificador abordará, al contrario, las situaciones concretas, en toda su diversidad, para aprovecharlas en favor del desarrollo. Estimulará las soluciones endógenas, forzosamente plurales, e insistirá en la necesidad de confiar, sobre todo, en las propias fuerzas, lo cual de ninguna manera es sinónimo de autarquía, puesto que el acento se pone en la autonomía de la decisiones y en la confianza en la fuerza propia, así como en una articulación más selectiva con el exterior. En particular, ha de cuidarse que las transposiciones eventuales de soluciones probadas en otras latitudes y diferentes condiciones culturales, sociales y ecológicas vayan precedidas de estudios cuidadosos y de auténtica experimentación, junto con una evaluación pluridimensional de sus efectos. En igualdad de condiciones económicas deben preferirse las soluciones endógenas; lo que se tome del exterior debe utilizarse, con primacía en regiones que tengan ecosistemas similares, lo que significa anteponer las relaciones Sur-Sur (por ejemplo, entre los países del trópico húmedo de América Latina, de Africa y Asia), a las relaciones Norte-Sur, responsables en la actualidad de la parte principal de las transferencias tecnológicas.
El papel del planificador consistirá en estimular el esfuerzo de imaginación social concreta que se requiera para identificar las necesidades materiales e inmateriales, así como los medios de satisfacerlas, junto con los cambios estructurales necesarios, sin perder de vista que los resultados inmediatos no deben significar costos sociales y eco lógicos excesivos para el futuro. El "otro desarrollo" se apoya en cinco pilares: debe ser endógeno, descansar en las fuerzas propias, tener como punto de partida la lógica de las necesidades, dedicarse a promover la simbiosis entre las sociedades humanas y la naturaleza y, por último, estar abierto al cambio institucional (Que faire .. . ; véase también Nerfin).
No obstante, poner el acento en este aspecto de la racionalidad campesina no significa un simple retroceso o una glorificación romántica de la sabiduría popular. Es cierto que ésta constituye un punto de partida muy importante y demasiado descuidado, que permite identificar las potencialidades del medio no sólo natural, sino también cultural (T hery). Por esa razón es preciso postular un programa intensivo de investigación en etnoecología. Sin embargo, la prudencia ecológica y las consideraciones de largo plazo no son en modo algun o incompatibles con el uso de técnicas de producción que se inspiren, como veremos, en las últimas conquistas de la ciencia biológica. Según la FAO, se trataría incluso de una tercera revolución agrícola, basada en una tecnología compleja, pero más natural que la de la "revolución verde" (Hendry}
Por otra parte, sería erróneo erigir en criterio de excelencia el grado de naturalidad de los sistemas de producción, de la misma manera que no hay que asimilar el grado de artificialidad con la idea de progreso. (...)
Entre las aplicaciones de la idea de ecodesarrollo susceptibles de interesar a los sociólogos rurales, mencionaremos en primer lugar los proyectos de colonización de tierras nuevas. Ellos nos servirán como un ejemplo que puede aplicarse a otros proyectos de desarrollo rural y urbano.
El bienestar de los colonos que se establecen en zonas nuevas, por lo común alejadas de los grandes centros industriales y mal comunicadas, dependerá de tres condiciones relacionadas entre sí:
Sjlvanq E. R. (2018) [] Mis sitios