Vidas Paralelas, Plutarco
Rómulo
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Fáustulo, en tanto, oída la prisión de Remo y su consignación, pidió a Rómulo le diese ayuda, diciéndole ya entonces por lo claro cuál era su origen, pues antes sólo les había hecho alguna indicación, en cuanto convenía para que no pensasen bajamente, y además, tomando consigo la cuna, se encaminaba a verse con Numitor, lleno de la agitación y temor que el caso exigía. Mas habiendo dado que sospechar a los guardas que el rey tenía en las puertas, registrándole éstos y turbándose a sus preguntas, se descubrió que ocultaba la cuna debajo de la capa. Hallábase entre ellos casualmente uno de los que presenciaron el arrebato de los niños para su exposición, y sabía todo lo ocurrido acerca de ella: viendo, pues, éste la cuna, y reconociéndola por su adorno y por los caracteres, vino en conocimiento de todo, y no se descuidó, sino que se fue a dar cuenta al rey, dando motivo a que se le hiciese comparecer. Apretado Fáustulo en tanto estrecho, no se conservó enteramente tranquilo, pero tampoco del todo se aturdió; y confesó que sí, que los niños se habían salvado, pero que estaban de pastores lejos de Alba; y la cuna la llevaba a Ilia, porque muchas veces ésta había deseado verla y tocarla para más cierta esperanza de sus hijos. Sucedióle en esta ocasión a Amulio lo que comúnmente acontece a los que obran perturbados del temor o de la ira; porque echó mano de un hombre bueno, pero muy amigo de Numitor, para que inquiriese de éste qué noticias le habían llegado de los niños y de cómo se habían salvado. Constituido éste en casa de Numitor, observando que Remo casi gozaba de toda su confianza y su amor, les hizo concebir grande esperanza, y los exhortó a que se anticipasen cuanto más pudiesen, asistiéndolos él mismo y combatiendo a su lado. Ni el estado de las cosas les hubiera permitido detenerse aunque hubiesen querido, porque ya Rómulo estaba allí junto, y se le habían pasado muchos de los ciudadanos por odio y temor de Amulio. Traía también consigo mucha tropa, formada por centurias, mandada cada una por un caudillo, que ostentaba la lanza coronada con un manojo de hierbas y ramas: a estos manojos los Latinos les llaman manípulos, y de entonces viene el que aun hoy en los ejércitos a estos caudillos les dicen Manipularios. Concitando, pues, Remo a los de adentro, y sobreviniendo Rómulo por la parte de afuera, asustado Amulio, ni hizo nada, ni pensó en nada para su defensa, sino que se dejó prender, y pereció. Tal viene a ser la relación que Fabio y Diocles Peparetio, que parece fue el primero que escribió de la fundación de Roma, hacen acerca de estas cosas, sospechosa para muchos de fabulosa e inventada; mas no debe dejarse de creer, en vista de las grandes hazañas de que cada día es artífice la fortuna, y si se considera que la grandeza de Roma no habría llegado a tanta altura, a no haber tenido un principio en alguna manera divino, en el que nada parezca demasiado grande o extraordinario.