Amata

Amata fue la esposa del rey Latino con quien tuvo una hija, Lavinia. La presencia de Eneas en Italia impidió la realización de su deseo de casar a Lavinia con Turno, rey de los rútulos. Por este motivo Amata se quita la vida.

Amata en La Eneida

Fragmento del Libro VII de la Eneida en el que la reina Amata ruega a su esposo que desista en su intención de casar a Lavinia con Eneas. Ante la negativa del rey Latino y exaltado su espíritu por la Furia Alecto, Amata se lanza a las calles de la ciudad excitando la animosidad de las mujeres laurentes contra los treucos.

«Al punto Alecto, henchida del veneno de las Górgonas, se dirige primeramente al Lacio y a la excelsa morada del laurentino Rey, y penetra hasta el callado aposento de la reina Amata, la cual, con ocasión de la llegada de los Teucros y de las bodas de Turno, se consumía en mujeriles congojas e iras. Arrójale la diosa una de las culebras de su cerúlea cabellera y se la clava en lo más hondo de las entrañas, a fin de que, hostigada por ella, alborote con sus furias todo el palacio. Deslízase la víbora por entre las ropas y el terso pecho, revolviéndose sin ser sentida, e infunde por sorpresa en la exaltada Reina un espíritu viperino. Ya revuelta en derredor de su cuello, la gran culebra se trueca en collar de oro, ya en larga venda que ciñe sus cabellos, ya se desliza veloz por todos sus miembros. Mientras el primer virus destilado de aquella húmeda ponzoña va inficionando sus sentidos y va el fuego cundiendo a los huesos sin que todavía su alma se haya empapado toda entera en la infausta llama, habla así al Rey con dulzura y cual acostumbran las madres, haciendo tiernos lamentos por su hija y por las bodas frigias que se preparan:
“¿Y habrías de dar ¡Oh padre! nuestra Lavinia a esos Troyanos desterrados? ¿No te dueles de tu hija, ni de ti mismo, ni de su madre, a quien al primer soplo del aquilón dejará abandonada el pérfido, llevándose por el mar la robada virgen? ¿No penetró así en Lacedemonia el pastor frigio y se llevó a Hélena, hija de Leda, a las ciudades troyanas? ¿Que se ha hecho de tus sagrados juramentos, qué de tu antiguo desvelo por los tuyos, qué de tu palabra, tantas veces empeñada a nuestro deudo Turno? Si desean los Latinos un yerno de raza extranjera, si tal es tu firme resolución, y a ella te apremian los mandatos de tu padre Fauno, juzgo que extranjera será toda tierra libre de tu dominio, y así los expresaron los dioses; y si nos remontamos al primer origen de tu linaje, verás que Turno viene del corazón de Micenas y que cuenta entre sus progenitores a Ínaco y a Acrisio.”
Luego que conoció la inutilidad de estas razones, viendo que Latino perseveraba en su resolución, y cuando hubo cundido al fondo de sus entrañas y penetrado en su cuerpo el veneno de las furias destilado por la serpiente, precipítase la infeliz delirante por toda la ciudad, presa de espantosas visiones. Cual peonza que a impulso del retorcido látigo hacen girar los muchachos en sus juegos, formando un ancho corro en los desocupados atrios, y pasmándose de ver cuál corre de aquí para allá en circulares trechos el tornátil boj batido de la correa, y acelerado por ella en su veloz carrera, tal y no menos rápida se precipita la Reina por las ciudades y las indómitas tribus de su pueblo. Y no satisfecha aún, y cual si estuviera poseída del numen de Baco, resuelta a mayor atentado, aguijada de mayores furias, huye a las selvas y esconde a su hija en los frondosos montes para sustraerla al enlace con el Troyano y alejar las teas nupciales, dando bramidos, invocándote ¡Oh Baco! y proclamándote único digno de la virgen, puesto que por ti empuña el blando tirso y se une a los coros que celebran tu gloria y conserva para ti su cabellera consagrada a tu numen. Vuela la fama de este suceso, y arrastradas del mismo modo por la Furias todas las madres a buscar nuevos hogares, abandonan sus casas, dando al viento los cuellos y las sueltas cabelleras. Unas llenan el espacio de trémulos alaridos, otras, ceñidas de pieles, esgrimen lanzas rodeadas de pámpanos. Amata, en medio de ellas, desatentada, blande una tea encendida y canta las bodas de Turno con su hija, revolviendo sangrientas miradas; luego de pronto exclama con torvo acento: “Oídme ¡Oh madres latinas! si aun os queda en los piadosos ánimos algún cariño a la desventurada Amata; si en algo tenéis vuestros derechos de madres, desataos las vendas del cabello y celebrad orgías conmigo”
». Libro VII

¿Y tú qué tienes para decir acerca de Amata?